09 Junio 2013
Mi barrio en Vallecas
LOS RELATOS DE LOLA MONTALVO, ESCRITORA VALLECANA
Lola Montalvo / Especial para Vallecasweb
En esos años, al barrio de Vallecas donde viví durante mi niñez, San Claudio, no se le llamaba como hoy es más que conocido. En ese tiempo recibía el nombre de Colonia de Los Álamos, situado en el Alto del Arenal. Mi padre, que no era madrileño pero que se crió en Vallecas, muy cerca del Campo del Rayo, me contaba que, donde vivíamos nosotros, cuando él era adolescente iba con sus amigos a... a robar melones, que era un campo enorme de cultivo y sin nada de nada. Mis disculpas por los desmanes raterillos de mi padre...
Cuando yo era pequeña, las calles en la Colonia de los Álamos no estaban asfaltadas y casi no tenían aceras; cuando llovía, aparte de ríos de agua y barro que convertían en un auténtico riesgo para la propia vida cruzar de lado a lado, se nos quedaban los zapatos pegados entre los charcos como si un maligno ser deseara succionarnos. Aún no habían construido la Avenida de Pablo Neruda y la Avenida de la Albufera, lejos de ser la vía transitada de tres carriles por sentido que es hoy, apenas era una carretera de segunda con una vía o dos por sentido. No existía el parquecito que tenemos justo al lado de la parada del autobús ni las arboledas que rodean al barrio ni las rampas y escaleras que facilitan el acceso hasta la avenida. No. En esos años mi colonia, mi barrio, estaba situado en medio de un campo..., sí, un campo, campo. No era extraño cruzarse al pasar a pastores con rebaños de ovejas o cabras y verlos sentarse a fumarse un pitillo o a tomar un trago de la bota o a sacar la tartera de metal y aviarse las viandas a la hora del almuerzo.
La basura la recogía un señor que venía en un carro tirado por una mula; recuerdo que el hombre llevaba gorra de plato gris. Las mujeres, que sabían a la hora que solía aparecer o que se veían avisadas por las vecinas, le esperaban a la puerta de sus portales con los cubos rebosantes de desperdicios que él iba cogiendo de uno en uno y volcándolos en el cajón del carro. En ese rato, nuestras madres conversaban entre ellas contándose el desarrollo del día o el asunto candente del barrio.
Mi barrio, Los Álamos, estaba rodeado de campo, un campo abandonado y silvestre lleno de amapolas, jaramagos y yerbas de diverso pelaje, benignas unas o severamente peligrosas otras, como los cardos borriqueros y las ortigas. Las lagartijas y salamanquesas menudeaban haciéndose hueco o beneficiándose de las hormigas, cochinillas —esos bichillos que se convertían en bolitas cuando los tocabas—, zapateros, cortapichas —bicho al que nos encantaba darle su no científico nombre, en lugar del de tijereta, por aquello de palabrotear un poco sin que tu madre te diera una colleja—..., en definitiva, un sinfín de insectos que poblaban el salvaje campo vallecano. Una de nuestras diversiones era hacer fogatas en las que más de un accidente penoso llegué a sufrir o jugar a los mercados utilizando las hierbas, piedras, palos, trozos de ladrillo... a modo de patatas, espárragos, tomates, lechugas... y pagando con piedrecitas de diferentes tamaños.
Como mi barrio estaba rodeado de terraplenes y barrancos, sobre todo más allá del barrio del Sardinero, donde ahora está Rafael Alberti, el Centro de Salud de Federica Montseny y Miguel Hernández, otra de nuestras diversiones era lanzarnos por una pendiente con cartones gruesos —lo que resultaba al final mala idea porque se desgastaba fácilmente con el roce— o con los restos de frisos de plástico que alguien tiraba a la basura en el meneo de una obra.
Edificios de la Colonia de El Sardinero, en Puente de Vallecas. (Foto: H. RECIO / Vallecasweb)
Entonces, una vez les quitábamos las puntillas y clavos, se convertían en el mejor medio de deslizamiento que nadie había conocido jamás; no digo lo muy cotizados que estaban cuando alguno de nosotros encontraba uno. Esta especie de descenso terrestre, era muy divertido, pero no dejaba de tener cierto riesgo, como se pueden imaginar, dado que más de una vez terminábamos rodando por el terraplén con el cartón roto o sin friso, frenando con las posaderas y acabando con la ropa desgarrada o la ropa interior hecha añicos, como en mi caso me sucedió más de una ocasión, en las que mi madre terminaba de batirme el cuero en aquellos lugares en los que las piedras, las ramas y los pinchos no me habían hecho ya suficiente mella en el orgullo. Todo debido a la malsana manía que tenía nuestras madres de ponernos falda a las niñas...
Sí, nuestras diversiones no eran muy modosas, más bien eran todo lo contrario: agrestes, brutas, aventureras, peligrosas en muchos casos. Una de las veces que me lancé corriendo por uno de los terraplenes más suaves, uno que había justo enfrente de la Parroquia de los Álamos, que daba a un alto llano donde se celebraba con una hoguera la Noche de San Juan, me caí de mala manera y aterricé, como se diría de forma coloquial, de morros, es decir, arrastré mi cara por un tramo de piedras y arena. Me arañé toda la frente, la nariz, las dos mejillas y la barbilla. Mi madre sin dejar de reñirme, me lavó, me curó y me puso mercromina, el antiséptico que marcaba los duelos de nuestras aventuras por aquellos años, y se pueden imaginar el resultado. Ese rostro de niña tiznado de rojo, más las trenzas que mi madre me hacía para que los pelos no me comieran la cara, según ella, me hizo pasar unas semana de auténtica tortura por las chanzas de mis vecinos coetáneos, que lo más dulce que me dedicaban era bicho salvaje, haciendo emerger mi rabia hasta límites nunca antes conocidos en mi corta vida. Ya si les digo que llevaba gafas de pasta, el conjunto es casi inimaginable. O sí...
En esos años, a diferencia de lo que sucede ahora, los niños y niñas jugábamos en la calle con toda libertad de movimientos. En mi casa éramos cuatro hermanos, yo la tercera; mi madre se preocupaba lo justo cuando abría el toril de mi hogar para dejarnos corretear por ahí. Cuando salíamos a la calle ordenaba a mi hermano mayor que se ocupara de nosotros tres que le seguíamos obedientes. Una vez en la calle había segregación. Él se iba por ahí con sus amigos, mi otro hermano mayor hacía lo propio con los suyos y yo me veía obligada a tomar a mi hermana pequeña de la mano y cargar con ella allá donde se me ocurriera ir. Cuando llegaba la hora de recogerse, mi madre se asomaba por la terracita de la cocina, gritaba a pleno pulmón aquello de «Vamos, a casaaaaa…» Y eso mismo hacían todas las madres del barrio; poco a poco, cada mochuelo regresaba a su olivo. Nosotros cuatro subíamos corriendo la escalera como si nunca nos hubiéramos separado.
Nuestros juegos eran, en definitiva, casi todos en la calle, con otros niños y niñas. Salías a la calle y siempre había alguien con quien jugar. O te acercabas a un bloque y llamabas al amigo a gritos, que se asomaba mientras respondía «¡ya bajoooo!». Era raro aburrirse o jugar solo. Resultaba muy divertido jugar al balón prisionero, al escondite, a dólar, a churro-media manga-manga entera, a la pita, al pañuelo, al rescate, al escondite inglés, al látigo... en los que, por regla general, si eras intrépida y te atrevías a todo, no se distinguía entre chicas y chicos, aunque luego, por supuesto, existían entretenimientos más sexistas como las chapas, la peonza, el fútbol, guerra a pedradas, las canicas, guerra a postazos..., por un lado y la goma, la cuerda, las muñecas o recortables, el corro, el zapato, la botella, la lima —pincho metálico que se clavaba en diversas cuadrículas de un suelo moderadamente húmedo—, las tiendas..., por otro. Nos divertíamos con acciones que hoy se podrían considerar poco menos que salvajes como cazar lagartijas y mutilarlas con saña a ver qué pasaba o cazar moscas, quitarles cruelmente un ala y ponerlas cerca de un hormiguero, a ver qué pasaba... también.
Lola Montalvo en la actualidad; a la derecha una vieja placa de la calle de San Claudio. (Fotos: LMC y H. RECIO / Vallecasweb)
Mi barrio era, como se pueden imaginar los que no han tenido la suerte de conocerlo en esos años, como un pequeño pueblo, inserto en medio de una ciudad. Todos los vecinos se conocían, todos sabían quién eras tú y quienes tus padres y, lo peor, donde vivías... peligroso dato en los tiempos en los que el teléfono sólo lo tenían unos cuantos y que lanzaba a un adulto furioso a contarle a tu madre la trastada que habías perpetrado y que se consumaba con un castigo sin juicio posible ni defensa que, casi siempre, consistía en que no salías a la calle durante uno, dos o tres días, nunca más, porque no había madre que aguantara a un becerro infantil más tiempo en casa.
Pero no se vayan a pensar que éramos poco menos que salvajes; éramos niños y niñas con un corazón inmenso que recogíamos animales heridos, gatos, perros y pajarillos y los llevábamos a mi casa para que mi madre los curara mientras todos observábamos sin perder detalle; éramos niños que ayudábamos a nuestras madres a subir la compra a casa o que hacíamos recados a las tiendas o que ayudábamos a la señora mayor del portal a subir sus bolsas. Éramos niños que respetábamos la hora de la siesta en verano y no salíamos hasta que daban las seis de la tarde, porque ese tiempo de reposo era sagrado, aún sin venir recogido en código de convivencia alguno. Éramos niños y niñas que respetábamos a los mayores, que les llamábamos de usted, que pedíamos permiso para hablar, que no interrumpíamos a los mayores cuando conversaban entre ellos...
Fue una época bonita que ahora miro con cierta añoranza, algo que nunca creí que me iba a suceder, dadas las enormes ganas que tenía de crecer y hacerme mayor... y marcharme. Ahora entiendo que tuve mucha suerte porque disfruté de una enorme libertad que hoy mis hijos y los hijos de mis amigos nunca tendrán. Mi barrio era un magnífico lugar para vivir y hoy, ya adulta, ya mayor, lo echo de menos y lo recuerdo con enorme cariño. Mi barrio, ese lugar lleno de buena gente, en su mayoría; todos humildes y trabajadores.
Conocimos miserias y desgracias en primera persona, no se nos tapó ni escondió nunca el lado feo de la vida, porque lo teníamos delante de las narices. Pero eso nos ayudó a ser más responsables y más conscientes, quizá, de lo que era ese mundo en el que ya estábamos inmersos. Yo creo que eso nos hizo más fuertes.
Mi barrio, ahora que lo recuerdo de forma detenida y detallada, era, es el mejor barrio que nadie pueda conocer. Seguiré paseando por él, por sus calles, por sus tiendas, de la mano de sus vecinos. Me recordaré con mi bici corriendo veloz por la cuesta del Sardinero, mi cabello como loco persiguiéndome a duras penas, seguiré vagando con mis hermanos y mis recuerdos ayudada por mis escritos, con mis relatos. ¿Queréis acompañarme?
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Desde Vallecasweb queremos agradecer a Lola Montalvo el entusiasmo con el que acogió nuestra propuesta de escribir este microrrelato con sus recuerdos de infancia en Vallecas, situados a principios de los años setenta del pasado siglo. Gracias por conseguir que muchos lectores se hayan sentido identificados y emocionados con tus recuerdos, porque a buen seguro serán también los suyos.
(*) En la imagen que abre este relato, local de la antigua Parroquia de Nuestra Señora de los Álamos. (Foto: H. RECIO / Vallecasweb)
Lola Montalvo Carcelén © Todos los derechos reservados.
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Lola Montalvo. Escritora.
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"Relatos" (desde 2002 hasta hoy, que sigo)
"A ambos lados" (2008)
"A través del pasado" (2009)
"Sanatio" (2009)
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Comentarios (43)
Francisco Almeda
Lola Montalvo
Jose
Gonzalo
Enhorabuena Lola, como siempre, lo bordas y llegas, donde otros se quedan a mitad de camino.
Lola Montalvo
Besos miles
Ribasca
Un beso.
Lola Montalvo
Begoña
Muchísimas gracias, Lola, por compartirlo con nosotros
Lola Montalvo
Los años contigo, en la universidad, creo que sí fueron los mejores. Besos miles, amiga!!!
asce
Lola Montalvo
...ya, ya casi termino la cuarta. Serás de las primeras en saberlo, no lo dudes!!
Besos miles
Aurelio Molina Guio
Lola Montalvo
Aurelio, si quieres comentarme algo más, pincha en mi nombre de este mensaje. Te llevará a mi blog y ahí puedes ponerte en contacto conmigo.
Un abrazo y muchas gracias, por leer y por comentar.
Gonzalo Benito
Por cierto, el último párrafo es sublíme
Lola Montalvo
jose luis lopez delgado
Lola Montalvo
Recuerdo esa peluquería claro que sí...
Me ha dado mucha alegría comprobar que mis vecinos más cercanos leéis lo que escribo y que os sentís identificados con lo que cuento. Tengo muy buenos recuerdos y los llevo en el corazón.
Mi madre sigue viviendo en la calle.
Nuestro barrio, es un gran barrio, ¿verdad?
En breve escribiré sobre nuestro colegio, el Agustina Diez, cuando era un algo no tan bueno como ahora.
Muchísimas gracias por leer, por comentar. Besos miles
esther
Me ha gustado tu relato, pero una puntualización: la hoguera era por Pascua de Resurrección y no por San Juan, festividad no permitida en la España de la dictadura...
Y la cuesta del Sardinero.. mejor que los frisos eran las tapas de water... Buen trineo de ciudad!!!
Rober
Jesus
Un regalo, a ver si conoces esa foto:
https://efectofundador.files.wordpress.com/2013/09/zona-del-metro-de-miguel-hernacc81ndez-el-cruce-de-las-calles-rafael-alberti-con-san-claudio.jpg
luis daniel ballesteros
Por desgracia y motivos familiares tuve que abandonar el barrio en el año 1980 pero lo llevare en el corazón y desde luego me gustaría saber que fue de mis antiguos compañeros del colegio
Muchas gracias Lola Montalvo por hacerme recordar
juan jose tenorio
luis yo tambien estuve esos años en ese colegio yo venia del colg la alhambra con el profesor paco
Lola
Muchas gracias... y perdon por la tardanza!
francisco
Yo vivía en San Claudio 113 antes 50, no se si recordáis la bodega de becerra, el toledano, el frutos secos, la mercería.
Seguro que nos conoceremos algunos.
Un Saludo fuerte
francisco
francisco
Rober
Montse
Gracias Lola, precioso relato.
Angeles
Angeles
paloma
Me ha encantado encontrar este relato navegando por internet. Buscando la historia del nombre del Valle del Kas, me he encontrado con esta historia que también es la mía. Que años mas bonitos, que infancia vivimos jugando en la calle y que grandes amigos hicimos y hemos mantenido a lo largo de los años. Si no pregúntaselo a tu hermano :)
Mauricio
Y esos partidos de fútbol en medio de la calle interrumpidos de vez en cuando por la llegada de un seat 600 o un simca 1200 ... eran otros tiempos y otra forma de vivir, ni mejor ni peor, solo acorde con el momento. Lo que siempre seran maravillosos seran los recuerdos.
jose luis
Fui al colegio con tu hermano Julian que era un cerebrito igual que tu hermano mayor. Me acuerdo de las guerras que se hacia en clase como pintaba los indios, los tanques, los helicopteros etc... Me alegra saber que hay gente como Tú que se acuerda de nuestro barrio.
Yo vivia en el 60 justo a la otra punta de la calle.
Juan Carlos García
Jose Sacristán
Cristina
Antonio
Años de lucha, inquietud, ilusión y.... de AMOR. Porque a Vallecas también me empujó el amor que encontré en una chica joven (Mari Paz que entonces tenía 16-17 años) que vivía en Palomeras media (creo se le conocía así) y a quien luego le perdí el rastro. No había redes sociales y el tiempo y la distancia hizo el resto... Pero los vientos que van también vuelven.
José Luis
Todo es como se describe, cada uno desde su perspectiva. Yo siempre viví en la colonia Sandi generación del 65, alumno del colegio Nuevos Horizontes. Éramos más libres, pero también con mucho más riesgo. Recuerdo varios episodios desde donde llevamos a la madre de un amigo sus dientes metidos en una bolsa de pipas porque se cayó de un árbol y se quedaron clavados en el suelo. O cuando nos encontrábamos coches abandonados en el campo y como éramos tantos chavales, le empujamos cuesta arriba por el terraplén y cuando estaba a punto, nos subíamos todos y nos lanzábamos por la pendiente y parando con el impacto contra los montículos de escombros, saliendo cada uno disparado por cualquier lugar.
No cabe duda que todo era más excitante.
No hay que olvidar el ambiente de drogas que había, afortunadamente nadie del entorno de chavales que éramos, ninguno fue víctima.
Casi lo mejor fue la adolescencia, donde alquilábamos un local de forma permanente y nos juntábamos chicos y chicas con nuestra inocencia más literal.
Era una época donde todos éramos guapos, divertidos. No echábamos nada en falta porque tampoco lo conocíamos mejor.
Eva
Aún recuerdo jugar en las calles, tener siempre las rodillas llenas de costras del campo del que hablas, donde nos tirábamos con los cartones, ir a la bodega del señor Céles, a devolver los vidrios, y cuando emitían V que la calle se quedaba más desierta que con el coronavirus.....y de cómo nos llamaban nuestras madres para que volviésemos a casa...a comeeeeeeeer...ajaja
Coincido en ese sentimiento de libertad de jugar en la calle y siempre estar con alguien, sin tecnologías,
me ha transportado a aquiellos años leerte. Gracias.
Isabel vivar
Jose
El jardincito que dices junto a la parada del autobús lo conseguimos en la Asociación de Vecinos, a la que cuando hacíamos reuniones tenían que venir dos policías de paisano.
En la Asociación hice un cuadro que presidía el local.
En la cuesta donde está el mencionado jardincito, estaban los motores del agua que funcionaban mientras no faltase la electricidad.
En cuanto a los pastores con los rebaños de ovejas tengo una foto que hice en lo que ahora es Pablo Neruda.
Gracias por hacernos revivir nuestra juventud.
ARANCHA
Reconozco cada uno de los lugares que describes.
En esa parroquia de Los Álamos había un colegio del mismo nombre, allí estudié yo. Nunca nos faltaba la visita de Don Florentino y Don José, los párrocos.
EMILIO SALES ALMAZÁN