Antonio Luquero | Vallecasweb
A veces el fútbol no deja de sorprenderme. La última en que me sucedió fue en el reciente encuentro disputado en Vallecas entre Rayo y FC Barcelona, en el que sentí pena por Messi. Sí, el mismo Messi que marcó tres goles al conjunto de Paco Jémez y logró el ‘hat trick’ número 35 de su carrera. Nos la jugó, efectivamente, pero me dio pena.

Es difícil entender cómo se puede sentir lástima por un tipo que parece tenerlo todo de cara en la vida. Me resulta incluso complicado de comprender por qué me sucedió en este encuentro y no en otros en los que las goleadas fueron mayores pero Messi no lució con el mismo brillo. La respuesta es bien sencilla: no hay nada como ver algo de cerca para sentirse identificado con ello.

Te puede caer mejor o peor, pero no queda más remedio que reconocer que Messi es el mejor futbolista del Mundo. Y que poder verlo en Vallecas es una suerte —o toda una desgracia— dependiendo del punto de vista que se mire. Un rayista puede disfrutar —o no— del juego de un tipo al que es materialmente imposible quitarle el balón, ni por lo civil, ni por lo militar, ni mandando contra él la División Acorazada Brunete. Esquiva de tal manera a los rivales y esconde el balón hasta tal punto, que incluso hacerle una falta se antoja fuera de toda posibilidad. Es un mago y así hay que reconocerlo.

Para colmo de virtudes, Messi no es un tipo que se borre en los partidos, no acostumbra a generar polémicas en las redes sociales ni con sus declaraciones a los medios, es bajito, menudo, y parece que todo lo que no sea el fútbol no despierta su interés. Si le quitas la camiseta de futbolista parece un don nadie, pero con ella sobre los hombros ya es otra cosa.

En el último partido en Vallecas, después de varias jugadas en las que parecía que iba a hacer un gol y tras lograrlo finalmente en el minuto 23 de la primera mitad, Messi tuvo la “ocurrencia” de acercarse más de lo debido a la banda del lateral de la Avenida de la Albufera. El encuentro transitaba por el minuto 35 y el Barça ganaba por 0-2, por aquel entonces ni siquiera se había producido la expulsión de Diego Llorente tras su choque con Rakitic.

Fue ahí, en ese minuto 35, cuando Messi se aproximó a la banda en espera de un balón que se disputaba en la otra punta del terreno de juego, cuando un grupo de aficionados del Rayo Vallecano la tomaron con el argentino.
Messi, que en esos momentos se encontraba de espaldas a la grada atendiendo a lo que acontecía sobre el terreno de juego, se acercó un poco a la banda, giró la cabeza, y miró a la cara de los que le increpaban, lo que aumentó el nivel sonoro de las voces y los gritos exaltados. El futbolista, que parecía atónito, ni levantó los brazos, ni los bajó, ni hizo ningún gesto provocativo de ningún tipo, se quedó como en reposo. Llegó incluso a girarse completamente y mirando directamente a quienes le gritaban, mostró en su ya de por sí inexpresivo rostro un gesto de no entender nada, de intentar comprender el por qué de aquello, una especie de “¿qué les habré hecho yo a estos tíos?”.

El argentino estuvo un rato intentando digerir aquello, descifrando los gestos y las palabras, sin perder de vista la grada en ningún momento, algo sorprendente en alguien que debe estar acostumbrado a ello. Me pregunté si a Messi le merecía la pena tener que aguantar aquello…

El jugador del Barça mira con atención los mensajes y gestos de los aficionados de Vallecas. (© Foto: L. HERRERA / Vallecasweb.com)

Los futbolistas acostumbran a ponerse una coraza y hacer oídos sordos a lo que se dice desde la grada. De esto saben también los del trío arbitral, que se lo digan sino al asistente Villate Martínez, el mismo que por el pinganillo le “chivó” al colegiado Vicandi Garrido que lo de Llorente era plantillazo a Rakitic y expulsión. Villate, que como corresponde a la función del buen asistente no pudo “huir “de la banda, tuvo que aguantar lo que no está escrito durante el resto del partido.

Sin embargo lo de Messi fue distinto, porque pudo no haber mirado a la grada, haberse marchado al centro del campo o haber respondido con una peineta. Pero no, ahí se quedó, “haciendo un Messi”, mirando fijamente e intentando comprender tanta inquina hacia alguien que —desde su propio punto de vista— sólo intenta hacerlo bonito con el balón.

El barcelonista, que como todo buen deportista de élite vive atrapado en una nube de la que le resulta imposible salir, tal vez nunca se ha planteado que cualquier aficionado al fútbol, no sólo del Rayo, querría tener a Messi en su equipo. Y que a los rayistas les gustaría ver buen fútbol y muchos goles de Messi, pero no sólo los que consigue con el equipo rival.

A lo mejor a Messi nadie le explicó que los Rayo-Barça, desde hace años, son un fraude, un bodrio que a los aficionados del Rayo no les aporta nada. A los del Rayo y a los de otros muchos equipos, porque el resultado es predecible desde antes de que comiencen los partidos: todos saben que van a perder y muchos de ellos por goleada. Para todos ellos, Messi es el enemigo público número uno, el que les va a colar un ‘hat trick’, y no el mejor futbolista del Mundo. Creo que el astro del balón no ha llegado a asimilar este concepto. El Barça se ha hecho un equipo tan mítico, tan intratable, tan perfecto, tan sublime y tan guay, que un artista como Messi resulta antipático hasta para quienes les gusta el fútbol. Es más, todos aquellos que le increpan, querrían tener a Messi en su equipo.

El argentino tiene razón en sorprenderse porque le silben sobre un terreno de juego, cuando lo que hace en cada partido es magia con el esférico. El problema es que el dinero ha hecho que todos los magos, lo mejores magos, actúen a la vez en el mismo escenario, y que cuando las palomas salen volando de las chisteras, siempre terminen cagando sobre las cabezas de los pobres espectadores que presencian el espectáculo desde el gallinero.

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