15 Diciembre 2016

La protectora de animales

Publicado en Ocio y Cultura

Los relatos de Lola Montalvo

Lola Montalvo Carcelén | Especial para Vallecasweb
En mi casa, cuando era pequeña, siempre había alguna mascota triscando por el reducido espacio de nuestro piso de Vallecas. Casi siempre eran pajarillos, jilgueros o canarios, que mi madre cuidaba como a uno más de la familia… como debe ser. Ahora les recuerdo con cierta penita al saber que ocupaban una jaula demasiado pequeña, pero lo cierto es que se les cuidaba con esmero, se les mantenía limpios y con alimento suficiente. También tuvimos varios peces, algún pollito… y mi gato Pepe que se «adueñó» de nuestra casa hasta tal punto que tenía un sillón propio. No digo más. Y la que siempre se encargó de esta tarea de cuidarlos —no siempre agradable, la verdad— fue mi madre.



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Aparte de las mascotas con plaza fija, también tuvimos varios visitantes temporales. Mi madre nos ha inculcado, por lo menos yo lo siento así, el ánimo de ayudar a todos los que lo precisen; por supuesto en mi casa siempre se ha ayudado a las personas que tenían peor suerte que nosotros… —nunca se le negó ayuda a nadie que picara en nuestra puerta, siempre hubo un bocadillo o fruta o ropa para esas personas, dado que de dinero nosotros tampoco estábamos sobrados—, pero también se ha ayudado a todo animalito que se encontraba en apuros.

Mi casa llegó a ser en un momento dado como una especie de «protectora de animales» heridos o en peligro. Uno de los que más vívido recuerdo tengo es un gorrión que resultó abatido por un perdigonazo —ése fue el nivel en mi barrio cuando las calles no estaban ni asfaltadas— y cayó maltrecho a nuestros pies una mañana que mis hermanos y yo estábamos jugando en la puerta de nuestro bloque.

El pobre pajarillo, aún vivo, estaba ensangrentado y tembloroso, no podía volar. Creo que fue mi hermano el que con sus pequeñas manos lo tomó con cuidado y, sin dudarlo ni un segundo, lo subió a casa… Mi madre lo recibió con toda naturalidad, lo examinó con ojo experto y procedió con el pequeño gorrión como si de uno de nosotros se tratara: agua oxigenada para limpiar, mercromina como antiséptico y polvos de azol para secar. Como no podía volar, lo metió en una caja de zapatos que almohadilló con un paño en el fondo y a la que le practicó varios agujeros en el cartón para que el animalillo pudiera así respirar. Estuvo con nosotros unos días, hasta que mi madre le dio el «alta» y lo soltó; salió volando y todos nos quedamos tan contentos con la exitosa misión de rescate.

En esa época en que nadie lo prohibía, mi madre tenía por costumbre poner pan a los pájaros desde la terraza de la cocina. Siempre que se asomaba a tender o a mirar sin más, una bandada de pájaros la recibía preparados para el festín entre píos y aleteos nerviosos. Durante cierto tiempo, el cogote pelado por la herida y rojo por la mercromina del gorrión en cuestión la recibió cada mañana en un coro de píos con otros pajarillos. Incluso el pequeñajo se arrimaba a la ventana de la terraza de la cocina. Esta anécdota es legendaria en mi familia.

Después de recibir los cuidados oportunos, el gorrión recibió el «alta médica». (© Foto: EURORESIDENTES.COM)Después de recibir los cuidados oportunos, el gorrión recibió el «alta médica». (© Foto: EURORESIDENTES.COM)

Otro día, unos niños de mi calle abatieron a pedradas a un gatito que se escondió bajo un coche. Mi hermano mayor rescató al pequeño gato y lo subió a casa. Mi madre dudó, la verdad es que sí, porque mi padre estaba totalmente en contra de tener animales en casa, salvo todo aquel que se enjaulara o tuviera pecera. Pero mientras llegaba el veredicto de mi padre, se le dio de comer y se revisó su pequeño cuerpecito para asegurar que no tuviera mayores lesiones de resultas de las pedradas.

Estuvo en mi casa un par de días hasta que se le llevó a una protectora de animales que le aseguró a mi madre que no se le sacrificaría. No sé cuál fue esa protectora, aunque vistas las barbaridades que hoy tenemos noticia que se le han infligido a las mascotas durante años en diferentes protectoras que se suponían cuidaban de ellos, ahora me queda la duda de cuál fue la verdadera suerte que corrió ese gatito. Eso sí, la intención de mi madre fue la de darle una oportunidad y su intención al llevarle a ese sitio, fuera cual fuera, fue buena de verdad; buscar que le cuidaran y le pudiera adoptar otra familia.

Gorriones caídos de nidos, animales heridos… si alguien se encontraba un bicho en apuros automáticamente se acudía a mi casa y a mi madre. Un par de años después, tras una ardua labor de convencer a mi padre con todos los argumentos habidos y por haber, tuvimos un gatito que vivió con nosotros unos años hasta que por un accidente murió. Nos lo dio una amiga con una camada que no sabía cómo ni dónde colocar. Se le bautizó con el nombre de «Pepe» y le cogimos cariño al instante. Al poco se apoderó de nuestro corazón y de nuestro sillón de una plaza en el que llegó a sentarse sólo él. Veíamos tan normal considerar a ese sillón como «el sillón de Pepe» que si tenías la osadía de sentarte en ese sitio te veías en la obligación de cargar con el gato en tus piernas aunque se te durmieran. La verdad es que todo el peso de su cuidado cotidiano lo llevó mi madre, excepto llevarle al veterinario de lo que siempre se ocupaba mi hermana.

El gato «Pepe» llegó a adueñarse del sillón de una plaza que había en el salón de casa. (© Foto: L. HERRERA / Vallecasweb.com)El gato «Pepe» llegó a adueñarse del sillón de una plaza que había en el salón de casa. (© Foto: L. HERRERA / Vallecasweb.com)

Desde pequeña me encantaron los animales; la influencia de mi madre fue determinante, hoy estoy segura de ello. Pero también es cierto que cuando mis hermanos y yo éramos niños teníamos una faceta más luctuosa de nuestra diversión, en cierto sentido contradictoria con nuestro afán salvador de mascotas, que nos convertía en verdugos ante ciertos animalillos, como las moscas o las lagartijas. Mi madre reñía a mis hermanos cuando les veía con una lagartija en un bote. Pero cuando uno de esos pequeños reptiles tenía la mala suerte de caer en nuestras manos el menor daño que recibían era salir mutilado. Cierto. Horrible. Hoy me arrepiento.

Otros bichos mal parados eran las moscas. La verdad es que llegué a desarrollar una habilidad diabólica para cazarlas valiéndome solo de una goma. Luego, les arrancaba un ala y las dejaba a la entrada de los hormigueros solo por el horrible espectáculo de ver cómo las hormigas se la llevaban a su agujero mientras aún estaba viva. Una crueldad de la que también me arrepiento… pero me fascinaban las hormigas. Sacrificaba moscas con tal de verlas en acción. Las hormigas de mi barrio no son como las que hoy día me salen en los huecos de mi cocina cada primavera, pequeñas, minúsculas y castañas. No. Aquéllas eran negras y enormes, la verdad. O bien con moscas o con cáscaras de pipas o con migas de mi bocata de turno, me volvía loca sentarme al lado de un hormiguero y echarles carnaza para que salieran… en fila, sabiendo siempre al dedillo su misión, siempre a cientos. Organizadísimas cada una de un lado, cogían el bocado y otra vez al hoyo.

Esta actividad llenó grandes momentos de mi ocio cuando era niña… hasta que un día pasó lo inevitable: salieron tantas y con tanto brío que se me subieron encima. Recuerdo que, de repente, se me llenó el cuerpo de hormigas y comenzaron a morderme sin piedad… comencé a gritar, salí corriendo y subí a mi casa. Creo que mi madre llegó a asomarse al balcón a ver qué me pasaba para que gritara con tanto horror. Me recibió en el descansillo de casa y me quitó la ropa a toda prisa, librándome de los mordiscos de tantas hormigas ingratas y jodías que me mordían con tanta saña, ¡a mí, que tantas horas había dedicado a alimentarlas!

Sí, también este momento ha sido una anécdota legendaria en mi familia, para mi bochorno, entre otras cosas porque mi madre siempre lo cuenta con los ojos llenos de lágrimas y la voz entrecortada fruto de las carcajadas que le impiden casi hablar.

No sé mis hermanos, pero yo estoy segura de que mi madre nos ha educado en el respeto y ayuda a los demás, no sólo a las personas que están necesitados de cualquier tipo de ayuda, sino también a los animales. Tengo dos gatas, las dos adoptadas… Tendría más y me traería a casa a todo perro, gato, burro, caballo o pájaro que veo anunciados en las redes sociales necesitados de acogida o adopción. Sí, esto también se lo tengo que agradecer a ella, que llegó a ser la Protectora de Animales oficiosa de mi calle.

© Lola Montalvo Carcelén. Vallecasweb, diciembre 2016

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CONTACTO
Lola Montalvo, escritora de Vallecas
Twitter: @Lolamont
Facebook: lolamontalvo

(*) En la imagen que abre esta información, en mi casa los animales estaban «mejor que en brazos». (© Foto: L. HERRERA / Vallecasweb.com)

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