17 Septiembre 2024
Cuando volver al 'cole' no es algo feliz
LOS RELATOS DE LOLA MONTALVO
Lola Montalvo | Vallecasweb
En septiembre comienza el nuevo curso en colegios e institutos. En el ideario general predominan los pensamientos de alegría por el inicio de un nuevo año académico, por volver a ver a los compañeros de clase, al profesorado, la ilusión por aprender, empezar nuevas actividades, estrenar material escolar… pero a pocas personas se le viene a la cabeza que la vuelta al cole puede suponer el inicio o la continuación del sufrimiento de muchas criaturas que se topan con su calvario particular: el acoso escolar o, su famoso anglicismo, bullying.
Yo fui al Colegio Público de EGB ubicado en Vallecas, el Agustina Díez desde 1º a 8º. En esos años y en ese centro, las clases estaban segregadas por sexos, de tal forma que las niñas estábamos por un lado y los niños por otro, algo retrógrado; así debían desearlo sus directivos dado que otros colegios de la zona ya tenían las clases mixtas. Esto sólo, en sí mismo, condicionaba una convivencia disruptiva y anómala entre los y las escolares.
Yo fui una niña feílla, con los dientes torcidos, con gafas, rellenita e introvertida… carne de cañón para sufrir demasiados percances. Para mí, salir al recreo era una aventura no siempre divertida. Un día fui diana de varios balonazos en la cabeza y la cara durante el tiempo de patio por parte de los niños —que copaban tres cuartas parte del patio para que ellos jugaran al fútbol— ¿el motivo, según ellos? Mis gafas. En una de esas ocasiones me dieron con el balón mientras estaba desprevenida y me estamparon las gafas contra la cara; no hubo mayor problema porque los cristales no se rompieron, aunque la montura sí, que me dejó los ojos con hematomas y la nariz hinchada. Todo se solucionó con unas gafas nuevas y con la orden de mi madre de que las dejara en clase cuando saliera al recreo. No hubo bronca para los niños por parte del profesorado.
Esa cuestión se solucionó, pero mi problema no se había acabado.
De forma cotidiana, niños y niñas —nadie en particular—, en el patio, en los pasillos, en mi clase me dirigían calificativos dolorosos como gorda, vaca, ballena, cuatro ojos, búho, gafotas, fea… Personas que se cruzaban en mi camino y me lanzaban estas palabras porque se ve que mi físico los animaba a hacerlo. Mi madre me decía que eso era cosa de niños y que no hiciera caso, pero estos epítetos reiteradamente lanzados como piedras a mi persona me hicieron mella y me convencieron de que efectivamente era una niña fea, era gorda y era gafotas. Por si esto fuera poco, un día el oculista decidió que era bueno para mi ojo vago que me pusieran un parche en el ojo… ¡para qué quería más! Mi madre tuvo que ir al colegio y hablar con la maestra para explicar que ese parche era necesario; la maestra medió un poco, sobre todo con las niñas de mi clase, para que no se metieran conmigo. A quienes me llamaban pirata, tuerta e insultos de similar cariz, les dio igual. Mi madre decidió que el parche sólo me lo pondría en casa.
Cuando Lola era pequeña, se restaba importancia al acoso al considerarse como “cosas de niños”. (© Foto: L. HERRERA / Vallecasweb.com)
Los complejos ya estaban sembrados y condicionaron de forma tortuosa la imagen que empecé a tener de mí misma, a tal extremo, que sus efectos se prolongaron hasta mi edad adulta. Si yo ya era una niña introvertida, con este acoso y desprecio me arrugué dentro de mí e hice todo lo posible para ser invisible, aunque no lo conseguí. La idea que me dominaba y me derrotó sin armas con las que defenderme era que no valía nada, estaba claro, si en el colegio la gente se cruzaba a mi paso y me lo hacía saber. Pues si estas personas me lo decían, es que así debía ser ¿no? Es fácil imaginar que no tenía muchas amigas. Del colegio no he conservado ni una.
El culmen se produjo ya en 5º cuando una niña, de un par de cursos por encima del mío, me eligió por el motivo que fuera y me hizo el foco de su desprecio y su maltrato. Me buscaba a la entrada y la salida del colegio y me lanzaba su odio sin yo entender por qué. Me llamaba de todo, se mofaba de mi aspecto, de mi ropa, de mi pelo, de mi cara. Me acosaba y se ponía delante de mí sin dejarme entrar o me seguía a la salida mientras me decía insultos riéndose de mí al verme correr.
Como se podrán imaginar si ya todo lo narrado anteriormente me producía desagrado y dolor, esta niña tuvo el espantoso poder de producirme terror. Por supuesto, se lo conté a mi madre, pero su respuesta fue que hiciera todo lo posible para evitarla y que, si me pegaba, se lo dijera a mi maestra. Nunca me pegó como tal, pero sí me empujó o me tiró la cartera al suelo o me puso zancadillas o me tiró del pelo, pero nada de eso encajaba en mi concepto particular de pegar, por lo que no recuerdo que se lo dijera a ninguna maestra. Nunca nadie me ayudó. Cuando esta niña la tomaba conmigo la gente se apartaba por si la acosadora se fijaba en ellos y cambiaba hacia sus personas la diana de su odio.
Este acoso duró dos años y el pavor llegó al infinito cuando, al repetir otra vez curso, la destinaron a mi clase de 8º, conmigo. Cuando la vi en el aula, toda una mujer en el más amplio sentido de la palabra, sentada en un pupitre diseñado para niños, grandullona, maquillada, sabiéndose poderosa mientras oteaba el mar de cabecitas entre las que procuré que la mía se volviera invisible, se me abrió el suelo a los pies. De forma incomprensible e inesperada, al ver que compartíamos curso, maestro y compañeras, la acosadora suavizó el trato conmigo. Nunca sabré por qué, pero dejó de atormentarme y, a veces, en algún corrillo entre compañeras, bromeó sobre su inquina hacia mi persona durante los cursos anteriores restándole importancia, por supuesto; ella lo encontraba gracioso, sólo era una broma. Esta chica que durante dos cursos tuvo el poder de hacerme terrorífico el hecho de ir al colegio, de hacerme sufrir como nadie podía imaginar, ¡lo consideraba todo como una simple broma!
Lola sentía miedo de encontrarse con algunos compañeros en clase. (© Foto: L. HERRERA / Vallecasweb.com)
Esto pasó hace muchos años, unos cincuenta ya. Pero ¿saben? aunque podría ser algo propio de un oscuro y rancio pasado, estas cosas aun suceden en colegios e institutos, este acoso sigue siendo algo actual y muchos niños y niñas viven un calvario similar de forma diaria. Y sufro al imaginarlo.
Las madres y padres, todos los que hemos llevado al cole a nuestros pequeños, les damos consejos buscando que no dejen que nadie se meta con ellos, que nos cuenten si alguien les molesta o les importuna o que busquen ayuda en el profesorado si alguien les atosiga. Intentamos proporcionarles las herramientas básicas para detectar a personas abusonas o acosadoras. Pero yo, además de todo eso, me preocupé de que mis hijos no formaran parte de ese grupo difuso, al parecer tan difícil de detectar, que es el de los acosadores. Siempre se pone el acento en las víctimas, en el poder detectarlas a tiempo y demás, sin embargo, no veo por ahí distribuyendo esas mismas herramientas para que podamos detectar de forma precoz si son nuestros hijos e hijas los que cubren el cupo de los acosadores, los abusones.
En general, asumimos que nuestros hijos e hijas pueden ser víctimas de acoso escolar, pero pocos tienen la valentía de asumir que sus retoños pueden participar de esta forma de violencia por acción u omisión. Los acosadores y abusones no siempre tienen un perfil definido. En su casa pueden ser simpáticos, amorosos y colaboradores. Demasiadas veces son difíciles de identificar sin ayuda.
Debemos asumir esto y educar en este sentido desde casa: educar en el respeto a todas las personas por igual, sea cual sea su sexo, su origen, su raza, su credo, su cultura, su aspecto, su discapacidad… Educar el respeto a todas las personas en su individualidad y en su generalidad. Educar de palabra y, sobre todo, con el ejemplo. Y educarlos en la responsabilidad, la necesidad de ayudar, de socorrer, auxiliar…, como lo quieran llamar, cuando observen que un compañero o compañera sufre algún tipo de violencia delante suyo. El silencio puede tan nocivo como los actos. Educar en el colegio y educar en casa.
El acoso que sufrí en mi etapa escolar me dejó marcada. Muy marcada. Condicionó mi carácter, mi autoestima, mi capacidad de relacionarme con los demás, la visión que tuve de mi propia persona física e intelectualmente y me costó mucho trabajo llegar a quererme y aceptarme tal y como soy, porque desde niña hubo personas que me dijeron con desprecio cómo me veían. Doy por supuesto que nadie tiene que vivir algo así. Yo pude superarlo… más o menos, aunque la verdad, aún colean en mi mente ciertos complejos; sin embargo, hay muchos niños y niñas que deciden que la única forma para acabar con su sufrimiento es poner fin a su vida. Y esto no podemos tolerarlo.
El acoso escolar o bullying sigue siendo hoy día un grave problema, muy grave; es un problema que nos define como sociedad y es responsabilidad de todas las personas por igual, de individuos, de familias, de instituciones, de investigadores, de administraciones, de asociaciones, de todos, el darle una solución y hacer de los colegios e institutos lo que deben ser: espacios de aprendizaje en paz, libertad y tranquilidad, de respeto y convivencia.
Debemos conseguir entre todos que volver al cole siempre sea una experiencia feliz.
Lola Montalvo
Septiembre de 2024
(*) Lola Montalvo es vallecana y escritora.
(*) En la imagen que abre este relato, Lola Montalvo denuncia el acoso que sufrió desde muy niña en su colegio de Vallecas. (© Foto: VALLECASWEB.COM)
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Lola Montalvo, escritora de Vallecas
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